La gente no se suele plantear mucho las cosas hasta que las ven muy claras.
Cuando van andando por la calle no se plantean que les pueden partir la cara o darles un navajazo en cualquier momento, viven en pequeños nidos de autocomplacencia y fantasía, si no lo hicieran ni siquiera tendrían huevos para salir de sus casas fortificadas llenas de cómodos electrodomésticos y aparatos para una vida más simple. Se quedarían allí dentro, acurrucados en sus sillones de RV aterrados por la posibilidad de que alguien ahí fuera les agrada y les quite sus pertenencias.
Yo soy ese.
No estoy en la calle por gusto, si no porque es donde me gano la vida., es peligroso y definitivamente deleznable, pero si me ofrecieran un puesto, por ejemplo, de administrativo o vendedor, lo rechazaría. Las cosas son así, no me planteo otra vida, por lo menos no una donde tenga que estar atado a algo como una empresa. Supongo que si algo tiene que atarme ha de ser por respeto, no por obligación. Voy a ser un SkinBorg porque les respeto, porque les admiro.
Mientras Lorenzo y yo caminamos por el barrio nuestra atención deriva de viandante a viandante, analizándolo como si fuéramos cámaras de seguridad, altura, peso, constitución, armas o armaduras visibles, objetos de valor al descubierto u ocultos, pintas, todo lo que pueda diferenciar una víctima de un depredador. Esa lección la aprendí en su día cuando creí que aquel chico callado y regordete con la camisa a cuadros sería un buen saco de boxeo, pero resultó ser una bestia corrupia en piel de cordero que me partió la ceja, varias costillas y me saltó una muela.
El barrio es como la selva que se ve en los documentales, puedes ir anunciando que eres venenoso a los cuatro vientos para que no te coman, puedes camuflarte con el entorno para que no te vean, o puedes andar despistado y acabar siendo atacado. En cierto modo los SkinBorgs son como los bichos de colores chillones, se dejan ver, por sus colores todos saben que son peligrosos y los dejan pasar. Nosotros todavía no podemos permitirnos ese lujo, no mientras no seamos miembros de pleno derecho, así que por ahora procuramos pasar desapercibidos entre los vecinos.
Debajo de mi camisa larga, enganchado al cinturón de los pantalones, la barra de hierro. Junto al empeine de una de mis botas, un punzón afilado por si acaso. Las manos cubiertas por guantes de motorista. Bajo la camiseta, una sorpresa. Poco más en mi cabeza.
El inusual calor hace estragos ahora que falta la omnipresente electricidad. Despojados de sus climas particulares los hijos del rayo salen a la calle en busca de la caricia del dios Eolo.
¿He mencionado alguna vez que tengo algo de poeta? Si, de poeta. Soy del parecer de que no se puede o se debe describir a un se humano con un solo adjetivo, son necesarios dos al menos. Yo me considero algo así como un poeta guerrero, mi tiempo y lugar tendría que haber sido la india ancestral, componiendo versos y guerreando, pluma y espada juntos al servicio de la épica perfección.
Pero esto es algo que me guardo para mi solo. No desearía que los de la banda me vieran como un lamentable romántico. Los SkinBorgs son tipos duros y masculinos, y como tal me han de ver si no deseo soportar palizas de más.
Absorto en mi mundo de engaño no llego a oír con claridad lo que Lorenzo me dice, pero pronto capto el mensaje.
Delante de nosotros, a una esquina de distancia un par de individuos están asaltando una tienda de comestibles congelados. La persiana de seguridad está doblada con grandes abolladuras en su parte inferior, fruto seguramente, de alguien que fue más listo que el dueño y colocó un par de barras de metal para evitar que esta se cerrara. Pronto reconozco a los desvalijadores, son los tres hermanos Cortazar, pequeños ladrones y traficantes de poca monta de drogas. Los menores tienen trece o catorce años y el mayor dieciocho. Los pequeños se afanan en meter cajas de congelados en el maletero de un coche que parece haberse escapado tarde de un desguace. El mayor se concentra en asustar al personal con una azada de aspecto peligroso.
Al instante atiendo a lo que Lorenzo me estaba diciendo.
-¡Pero míralo joder! Lleva una piel debajo de esa mugrienta camisa- Se vuelve y me mira.- ¿Me estas echando cuenta?
-Si, si.Ya te he oído. - Le hago un gesto para que hable más bajo- Vamos a zurrarle la bandana…
La barra de hierro hace su aparición rápidamente en mi mano. Lorenzo se saca la cadena del cinturón y la hace girar para que coja fuerza. Nuestros pasos sobre la acera quebrada son ligeros y rápidos, nuestra mirada es fría como el acero. Cuando el mayor nos ve es demasiado tarde para reaccionar y solo puede gesticular una rápida sorpresa. Mi bota choca contra su boca y su cara tiembla como si fuera gelatina. Noto la presión sobre su hueso, sobre la mandíbula, como cuando se presiona una rama de árbol y cruje. Creo que se la he roto.
No es necesario que nos ocupemos de los hermanos chicos puesto que estos se llevan el coche con la valiosa mercancía confiando en que su hermano se las podrá apañar él solo. Lástima que, sin electricidad, su pequeño tesoro se valla a descongelar dentro de poco. Esta familia nunca se ha distinguido especialmente por su agudeza mental.
-Rocco, cabrón, las anfetas que me vendiste eran un puñetero timo.- Lorenzo está encorvado sobre el dolorido cuerpo de Rocco Cortazar con un pie pisando el azadón y la cadena rozando la ensangrentada cara- Quiero una devolución de mi dinero, y no aceptaré muslitos de pollo congelado, ni siquiera helados.
Tengo que reconocer que a veces Lorenzo me sorprende gratamente, es muy difícil soltar chascarrillos mientras apalizas a alguien a menos que seas un superhéroe, pero hoy no suena gracioso, no es gracioso. El hombre al que tiene dominado llora de dolor en el suelo y el tono con el que le reprocha no es nada sarcástico, es agrio y desagradable.
-¿Qu… Que queréis? No llevo nada encima… todo estaba en el coche.- Puede hablar bien, señal de que solo le he partido unos dientes.
-Tu piel.-Le digo yo- Queremos tu piel, YA. Y que nos digas donde la has conseguido. Un paleto como tú no suele encontrarse estas cosas tiradas por ahí ¿No?
-Esto… la robé de un SkinBorg…
-Claro, de la cuerda de tender la ropa de un SkinBorg.- Lorenzo le azota con la cadena.- Dinos la verdad o te dejamos dentro del frigorífico junto a los nuggets y los polos de menta.
-Vale vale, os lo diré, pero dejadme ir, el dueño regresará de un momento u otro y vamos a cobrar todos…
-¡Que hables coño!- El tono quejumbroso y lento de Rocco me exaspera. Y tiene razón con respecto a lo del dueño, podría aparecer con su familia o unos amigos y entonces si que habría una pelea de verdad.- Habla de una puñetera vez y quítate la piel si no quieres recibir otra vez.
-Vale vale, no hace falta sulfurarse. La piel la escamoteé de un cargamento que llegó esta mañana a uno de los almacenes de los ferrocarriles. Me habían dado un chivatazo a cambio de unos gramos de GodKiller de que alguien había “extraviado” un vagón con cargamento de seguridad, no recuerdo para quien, pero el caso es que pude pillar estas mangas antes de que apareciera el vigilante.
Solo tenía las mangas del traje. La camisa no ocultaba el resto, ocultaba su ausencia. No era suficiente, pero por algo se empezaba. Y supongo que compensaba las pésimas anfetas que vendió a Lorenzo y la vomitona que le provocó.
-Es suficiente Rocco. Solo dinos cual almacén es y te vas a tu casa.
-El “32-F” de Toyo Corp- Dijo mientras se incorporaba- Tiene un graffiti de un demonio junto a la puerta de la vía.
Lorenzo se acercó para asestarle otro latigazo con la cadena pero yo le detuve. El pobre diablo ya había tenido suficiente por un día y seguro que tendría una seria charla con sus hermanos. Rocco correteaba con la cabeza gacha calle abajo cuando nos percatamos de un par de policías de uniforme que se acercaban en un scooter todoterreno.
-Un segundo.- Pidió Lorenzo mientras recogía algo del suelo y me lanzaba para que lo cogiera al vuelo- De chocolate y curry, como a ti te gustan.
Salimos corriendo por un callejón y saltamos unos cuantos patios entre tiestos y basura. Dar esquinazo a un par de polis solitarios es relativamente fácil, al turno de día no les pagan por horas extras ni por correr, y la mayoría de los del turno de noche van sin uniforme y se dedican a otras cosas aparte de los pequeños rateros. Somos afortunados y los polis del scooter son del turno diurno.
Nos dirigimos al este de la 211th, a la enorme zona industrial medio abandonada de los ferrocarriles. Abro el helado de curry y chocolate y le doy un buen bocado.
Dulce y picante. Mi favorito.