domingo, 6 de mayo de 2007

Destinos Peores Que la Muerte: BlackOut! (1,2 y 3)


Ficción basada en el juego Fates Worse Than Death de Vajra Enterprises
Serial Semanal


Capitulo Primero:

-NOT ADMITTED-


Hace tiempo llamaban a este país la “Tierra de las Oportunidades”, y se podría seguir llamando así perfectamente solo si se le añadiera la palabra perdidas al final.

Una tierra de oportunidades perdidas, de oportunidades para todos, para los mayores, los jóvenes, los hombres, las mujeres, para ricos y pobres, para todo aquel que pudiera aspirar a algo, todos tienen su oportunidad, pero tener una oportunidad no les asegura nada.

Me llamo Roger Aston, nací el 26 de Febrero de 2055, me he criado en esta ciudad desde que tengo razón de ser, y casi desde la misma edad puedo decir que tengo memoria de depender siempre de alguien, ya sean mis padres, una corporación o el gobierno, siempre con el peso de no se una pieza productiva en una sociedad que se desarrollaba al margen de los deseos de aquellos que la habitan. Todos simplemente me tranquilizaban diciéndome que es normal, que ya llegará el momento en el que sea completamente independiente, en que no deba nada a nadie, aunque eso no era precisamente lo que me preocupara. Lo que realmente me preocupaba era que por mucho que te aseguren una vivienda, comida o entretenimiento, si no creces por dentro, si no superas los objetivos que te propones jamás podrás ser una persona feliz.

Y yo no soy feliz.

Desde que tengo edad legal no he parado de estudiar y prepararme para presentarme como candidato a un puesto en una de la docena de corporaciones que dominan el mercado laboral en el área de New York. Una tras otra me han echado para atrás, me han denegado la entrada, no me han admitido en sus exclusivos complejos residenciales privados. Prepararse para entrar en una corporación como Zigurat o Mendel cuesta mucho, la solicitud de empleo es un tema rápido y sencillo que se realiza online y no requiere de más documentación en un principio, luego te mandan el temario, todos los conocimientos reunidos que se supones que has de conocer y dominar para realizar tu trabajo básico. Las corporaciones, al fin y al cabo, nunca han tenido mucha confianza en el sistema público de enseñanza y mucho menos en los cursos de formación “alternativos” que otras entidades ofrecen en la red. Conozco unos cuantos casos de amigos de la infancia que en su momento optaron por la opción de la enseñanza alternativa, ya fuera de carácter religioso o de un programa internacional de formación. Al final daba lo mismo que hubiera estudiado la vida de Abrahán Lincoln, la Guerra de Libertades o las bases de la neuromecánica por unos cursos de Realidad Virtual de la Eastern Mormon School (Escuela Mormona del Este), el American Cultural Fund (Fondo Cultural Americano) o el Programa Universe de las UN, cada corporación consideraba ciertos aspectos más importantes o destacables o los veia de otra forma o simplemente los ignoraba. No queda pues más remedio que pasarse prácticamente un año, o más, en cursos intensivos de RV o estudio en libros para coincidir con el pensamiento corporativo de turno. Esto es, por supuesto, suponiendo que el puesto para el que aspiras entrar es uno de perfil medio-base, si quisiera entrar en un campo específico y mejor pagado, como es mi caso, los estudios pueden ascender a dos años fácilmente. Y luego vienen las pruebas, ya sean online en un aula específica de RV o en los centros corporativos de reclutamiento más cercanos te hacen pruebas. Primeros cortos test de personalidad, luego pasan a lo interesante, el escáner neuronal.

Un procedimiento simple, una corona de electrodos o escáneres en forma de halo mientras realizas un test más complejo. Por supuesto siempre con las máquinas de la compañía. Estas hacen un trabajo simple, recogen el funcionamiento del cerebro ante ciertos estímulos, señales, preguntas o imágenes, una radiografía que se traducía a un perfil psicológico de mayor o menor precisión. Pueden ver tus neuronas disparar en tiempo real, la niebla de señales bioelectricas recorriendo el cortex prefrontal hacia el bulbo raquideo para luego traducirse en cuentas matemáticas, pueden ver tu ser, tu persona, tu “alma”.

Y decirte que no eres apto.

Por estricta imposición en los primeros años de la aplicación de la tecnología de los escáneres mentales en el mundo laboral no se daban los datos ni resultados al candidato, si era apto el perfil se almacenaba y codificaba, en caso contrario se desestimaban tanto candidato como perfil, a menos que sufriera una patología reseñable los examinadores no tenían por que dar ninguna explicación al candidato.

“No es apto Sr Aston, lo sentimos mucho, podría trabajar un poco más sus aptitudes sociales para con la empresa, los resultados ahí son algo deficientes”

Siempre vagos y nebulosos a la hora de decir lo mismo, que tengo que ser más leal. Que tal vez no consiga confiar de pleno en la corporación.

¿Cómo quieren que confíe en una corporación que primero no confía en mí? ¿Es que vivimos en un mundo de locos?

Esta situación se tiene que acab…


-DESCONECTANDO-


Aston miró atónito al monitor apagado. Hecho un vistazo a derecha e izquierda y rápidamente se levantó del sillón acolchado para dirigirse a la ventana. Todo a su alrededor estaba oscuro, solo algunos aparatos con sus pilotos verdes o azules lanzaban nebulosas luces sobre los estantes abarrotados de libros, juguetes de todo tipo y recuerdos, sobre el diminuto apartamento de cuarenta metros cuadrados, el sillón y Aston.

Por la amplia ventana se colaban los últimos rayos de luz de un sol que ya se había ocultado tras el horizonte de titánicos rascacielos y nubes escarlata sobre Manhattan. En la calle empezaba a oirse un quedo murmullo de gente abriendo ventanas o puertas, lanzando exclamaciones de sorpresa o maldiciones al caluroso y asfixiante viento de la tarde. Las farolas de la calle estaban muertas, los letreros luminosos verdes y azules de la tienda 24Zid de la esquina y el Taller de Rashid estaban igual, los rascacielos opacos y negros contra la luz de la tarde. Ninguna casa tenia luz, no se escuchaba música ni aparatos de aire acondicionado.

Un apagón.

Aston se inclinó hacia delante, abriendo la ventana, con una mezcla de confusión, indignación y sorpresa en su rostro. Cómo se atrevían a cortar la luz en un momento tan íntimo de exploración del ego se preguntó. Aston deseaba saber quien era el responsable de tal contingencia para poder gritarle y amenazarle. Bastante tenía ya con las próximas convocatorias de puestos de biotécnico en Zyztech en menos de una semana. El cuello de Aston se tensó mientras gritaba al viento por pura frustración y rabia.

Volvió a la penumbra de su apartamento, se puso bien las gafas, se pasó las manos por los grasientos mechones de pelo negro y reflexionó un poco.

“Esto no puede durar eternamente, tengo la reserva de los paneles solares, con ellas puedo funcionar unas ocho o diez horas si las consumo inteligentemente, seguro que en menos de ese tiempo arreglan lo que sea que ha fallado, un error de distribución en la red, un transformador quemado, una obra que corta un cable, seguro que es eso”

Aston se sentó de un salto en el sillón que crujió peligrosamente. Alargó la mano para coger una vaso de café y se repitió para si mismo que no podría durar mucho.

“Espero”

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En la penumbra de la habitación estiró sus miembros, se tomó el último sorbo de café y se levantó lentamente del sillón dejando un poco más hundido el respaldo, en el que durante los años, había ido dejando progresivamente su espartana silueta hasta hacerla parecer parte de él. Aston no era de las personas que cuando se ponen nerviosas empiezan a comer como posesos o dejan todo lo que están haciendo para sumergirse en mundos alternativos de realidad virtual, ni siquiera tenía ya un hobby discernible y claro, durante cierto tiempo coleccionó latas y botellas de refrescos y bebidas varias, incluso coleccionó una serie de muñecos de exportación de un conocido artista de la creación digital. Todas esas cosas ahora cogían polvo y servían de pisapapeles o sujetalibros para las docenas de manuales corporativos, libros de autoayuda y guías de negocios. No había sitio en la vida de Aston para nada más aparte del trabajo. Ya tendría tiempo de disfrutar del ocio cuando tuviera un trabajo decente.

O no.

También es cierto que podría llegar a olvidarse de cómo era la diversión, el tiempo libre, estar con los amigos y conocidos. Cosa que no hacia desde hacía años. La última vez que estuvo en persona con uno de sus amigos fue hace cuatro años ¿o eran ya cinco? En el barrio solo tenia unos pocos conocidos, el excéntrico musulmán de la tienda de electrónica, un fornido repartidor de comida especialmente parlanchín y metomentodo y la señora mayor del apartamento 203 con sus redecillas para el pelo y su parafernalia de la Guerra de las Libertades por todas partes. Ahora el vicio de Aston era el estudio, la acumulación de conocimiento y practica de ejercicios mentales.

Tanteó la pared posterior de la habitación, la inmediatamente opuesta a la ventana, en busca del interruptor de la batería solar de emergencia. Esta se activó mostrando en una pequeña pantalla de dos pulgadas de ancho que esta estaba al 12% de carga, como se esperaba. No es que hubiera hecho poco sol, es que Aston no se había molestado en limpiar nunca los paneles de la azotea, el polvo se asentaba a una velocidad alarmante cuando no eran los pájaros o las alimañas las que ponían de su parte para que el panel funcionara a pleno rendimiento.

Tranquilamente encendió de nuevo el ordenador de sobremesa y se acercó los mandos. La pantalla apareció sobre el escritorio proyectada por una miríada de haces procedentes del mismo teclado. La pantalla, de un blanco nuclear mostró unos iconos flotantes y un cerebro volador con ojitos apareció reptando por la esquina inferior derecha. Un mensaje apareció en la pantalla mientras que una voz chillona algo infantil con acento japonés leía:

No se detectan conexiones inalámbricas o de puerto, no se encuentran vías alternativas, lo siento pero no puedes conectarte-pyo!

La graciosa expresión final del mensaje suavizó los primeros instantes de desconcierto. La luz se había ido. Pero eso no significaba necesariamente que se desconectaran los nodos locales de red, de hecho estos estaban casi siempre estructurados de forma tal que eran independientes de todo sistema municipal o corporativo de suministro de energía. Rápidamente pidió a la limitada inteligencia del ordenador que buscara en redes privadas, de pago, las que utilizan las grandes empresas y gente que puede permitirse mayor ancho de banda. Casi todas caídas, y el par que estaban disponible eran de la policía y la guardia nacional, que a efectos prácticos reducía las posibilidades de conectarse a cero.

Una idea vino a la cabeza de Aston.

No puede ser un accidente o un error, un generador puede fallar, una central de distribución también, un nodo privado sin mantenimiento terminaba por caerse siempre, pero todos los nodos de la ciudad y el suministro eléctrico es demencial. Puede que alguien halla cometido un tremendo, terrible error, pero lo más probable es que halla sido un atentado, o un ataque, algo intencionado, o una distracción como en aquel drama de RV donde se reproducían los disturbios del sur de Washington donde una banda de atracadores aprovechaban la algarabía para robar una colección entera de originales de Andy Warhol

Se apartó del monitor que se desvaneció suavemente para ahorrar energía. La mayoría de los programas y cursos con los que estudiaba y practicaba funcionaban online, con un profesor virtual o real al otro lado y una miríada de compañeros-alumnos que compartían opiniones y experiencias. Aston volvió a su sillón y la pantalla reapareció instantáneamente. Deslizó la mano sobre la mesa mostrando los programas disponibles sin conexión como si de una baraja de cartas se tratase. Los que ya dominaba plenamente los desechó tirándolos a una esquina del escritorio virtual, otros los reservó por su complejidad o porque antes necesitara de un curso previo, otros, por desfasados los borró directamente. Un par de solitarios y aburridos programas sobre aplicaciones de los entramados nanoplasticos y de respuestas del cortex ante estímulos a largo plazo se le presentaban como únicas opciones.

Con un sentimiento de resignación en su rostro se colocó un halo blanco, un emisor receptor de estímulos mentales leves, nada del otro mundo, para ejercitar el músculo gris con el aburrido programa corporativo. Antes de concentrarse y desvanecerse parcialmente en el ejercicio pensó que sería maravilloso no tener una vida tan monótona, gris y predecible, pensó en granjas y verdes prados, pero la realidad volvió a su mente como un clavo en cuanto se percató de que lo que él quería era tener dinero para disfrutar de todo el ocio del mundo, no barrer mierdas de gallina ni levantarse al amanecer.

Tal vez el mundo no sea tan complicado- Se dijo- Lo mismo soy yo…

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El pequeño cursor flotaba perezosamente entre los diferentes ejercicios del programa. Había estado horas, no sabia exactamente cuantas, vagando como un zombi de ejercicio en ejercicio, sorbiendo algo de agua templada por la pajita de un baso de plástico de gran tamaño que colgaba de uno de los brazos del sillón. Con esfuerzo, fruto más del tedio más que de otra cosa, despegó el halo, se le había quedado medio pegado a su frente y había hecho un ruido casi obsceno al separarse de esta, bañada en sudor.

Un reloj que reposaba en el estante con sus letras celestes fosforitas le señalo que eran ya las 03:42 de la madrugada. No se acordaba exactamente de la hora en la que se puso con el programa, pero le parecía más que suficiente, incluso excesivo el tiempo empleado.

Una vez más despegó su sudoroso cuerpo del sillón, que sonó como un cierre de velcro abriéndose, y se acercó a la ventana para abrirla un poco más y entrara aire fresco.

Fuera se escuchaba el ruido de gente charlando, a pesar de la intespectiva hora, e incluso a veces algo de música. El apagón había echado a la calle a gran cantidad de gente, sobre todo a pandilleros y gansters de poca monta, que aprovecharían la oscuridad y la falta de electricidad para romper escaparates y arramblar con todo aquello que pudieran. Había ocurrido otras veces, a veces al los pocos minutos de apagón, a veces horas más tarde, a veces nunca, y muchas veces terminaba en pequeñas batallas cámpales. El alcohol en grandes cantidades y poco con lo que entretenerse era el mejor caldo de cultivo para que cualquier rencilla o pequeño hurto terminara en una orgía de escaparates rotos y mercancías robadas. Hacía unos tres o cuatro años, en el 2077, que un grupo bien grande de alborotadores había robado más de 10.000$ en mercancía en unas pocas horas, y no fueron ni mucho menos los últimos.

A veces también entraban en las casas. Incluso con gente dentro. Rompían las puertas arramblaban con todo lo valioso y buscaban buenas mercancías o trofeos que saquear. Equipos de RV, ordenadores, robots de servicio, obras de arte, cajas de zapatos con ahorros, armas de todo tipo, ropa. Aston había oído de una vecina que incluso se llegaron a llevar gente para vendérselos como esclavos a los Señores de la Droga o como esclavo o esclava para algún pervertido con suficiente dinero.

A la lejanía, amortiguadas por la distancia y los edificios, se escucharon varias detonaciones en cadena, no parecían muy grandes, pero bastó para que el murmullo de gente en la calle se acrecentara, pasando de conversación a casi gritos. Simultáneamente Aston escucho el gemido de una sirena de una patrulla motorizada de la policía acelerando por una calle perpendicular.

Aston seguía sudando, no ya del bochornoso calor. El recuerdo de la vecina hablando de los esclavos y los ladrones hizo que el sudor se le tornara frío y sumamente desagradable. Se volvió rápidamente, con la esperanza de que si hubiera alguien allí con malas intenciones por lo menos tendría una oportunidad de defenderse, pero como era normal, no había nadie en el oscuro salón. Si hubiera entrado alguien mientras estaba con el programa mental lo habría escuchado ¿No? O tal vez pudo entrar, quedándosele mirando mientras realizaba en la penumbra movimientos imperceptibles en el juego, ciego al extraño invasor, al potencial asesino o secuestrador.

Un pánico ciego se apoderó de Aston que empezó a jadear y temblar ante la expectativa de que tal cosa pudiera ocurrirle a él. Siguió buscando en las sombras, con rápidas miradas, mientras cerraba los puños y apretaba los dientes, tenía miedo de que si hablara el asaltante saliera de las sombras cual aparición para llevársele, y sabía que eso no podría soportarlo, que se desmayaría o colapsaría ante tal espanto.

Pero seguía sin haber nadie en el salón.

Cuando se tranquilizó algo más se adelantó y tomó una linterna que tenía como recuerdo de hacía muchos años. La agitó dándole potencia a su leve chorro de luz hasta que consideró suficiente la carga. Con el rayo de luz alumbró a los más oscuros rincones del apartamento no encontrando más que polvo y algo de basura que tendría que haber barrido hace tiempo. En una esquina reposaba un pequeño y achaparrado robot limpiador averiado. Hacía años que se había estropeado, no lo había llevado a arreglar por miedo a que se lo pudieran robar por las calles, o lo asaltaran, y ahí se había quedado como un pequeño monumento al miedo.

Fuera, en la calle, alguien discutía a gritos, ininteligibles por una mezcla de gramática atroz y excesivo alcohol, un perro ladraba y una botella se estrellaba contra el suelo, tal vez una pared. Los ánimos se caldeaban conforme la noche dejaba claro por enésima vez que no pensaba ser menos caluroso que el día.

Aston se sentía cansado, no, aletargado, estaba agotado mentalmente, la camiseta se le había pegado a la espalda y el torso, quería descansar, pero no podía. El riesgo era palpable, alguien podría entrar en el edificio de apartamentos en busca de presas fáciles, de gente como él, aislados, todos los días enganchados a los mundos de Realidad Virtual o al ordenador, había muchos así en el edificio, casi todos. La mayoría de ellos cobrando ayudas o paro, muchos como él, sin apenas contacto con la calle más que para comprar víveres y consumibles o rellenar los impresos obligatorios en las oficinas gubernamentales para seguir recibiendo los subsidios.

Por lo menos ya no era como el salvaje oeste que era antes de las Guerras de las Libertades con pistolas y escopetas por todos lados, prohibidas las armas de fuego no eran ya más que un lujo excéntrico y caro. Ahora te podían matar con cuchillos, punzones, porras, catanas y espadas varias o incluso con armas artesanales hechas a base de basura y chatarra. Lo había visto antes, por las noticias, gente con la cabeza abierta, cuerpos en posición fetal en sucios callejones, tremendas cicatrices que algunas bandas de pandilleros mostraban con desmesurado orgullo, como medallas de guerra.

Sonidos de pasos sacaron a Aston de su ensimismamiento. Unos pasos, pesados y lentos resonaban por el pasillo enmoquetado.

Aston se acercó a la mirilla de la puerta agarrando de paso la escoba medio deshilachada que guardaba en el armario de al lado.

Fuera la oscuridad reinaba, un leve halo de luz, de la luna o tal vez de la luz de emergencia de la escalera de incendio apenas servía para vislumbrar nada. Un resoplido y un sonido de bolsas de plástico cayendo al suelo resonaron como un bramido junto a su puerta.

-¡Buff! Puñeteras bolsas - Una sombra pasó por delante de su puerta- Si tuviera veinte años menos… ¡Buff!

Era la señora Dolores. Dolores Agnes Schultz, la vecina mayor del apartamento 203. La viejecita parecía no tener ningún miedo a lo que pudiera ocurrirle a tales horas de la noche. Tal vez ya muy mayor para sentir miedo o muy senil como para darse cuenta de su situación. Decidió que por la mañana la visitaría en su apartamento para preguntarle que tal estaba y charlar un rato. Tenía ganas de charlar a pesar de los nervios, o tal vez por ellos, pero la tensión y el miedo le impedían abrir la puerta para preguntar nada.

Se apartó de la puerta y miró de reojo a su alrededor. Seguía sin haber nadie, pero la sensación era la misma. Ayudado por la luz de la linterna se tomó un par de grageas relajantes del armario de las medicinas que ingirió de un trago y se echó en la cama, desecha desde hacía días.

Mañana será otro día, se dijo. Fuera los ruidos de conflicto iban en aumento, la tensión crecía y cada vez se hacía más palpable. Pero allí, en el salón de su apartamento, tumbado en la cama con los ojos cerrados seguía teniendo la sensación de que había alguien ahí, junto a él.

Se durmió con la escoba fuertemente apretada contra el pecho.


Continuará

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