lunes, 4 de junio de 2007

Destinos Peores Que la Muerte: BlackOut! (6)

-Lo prometido es deuda, así que esta semana habrá dos post de "BlackOut!" uno hoy, y el otro, espero, el Jueves- ¡Que la disfruten!

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Había metido la agenda en algún lado, hacía tiempo que se la habían regalado con el objeto de que siempre tuviera una copia de seguridad “analógica” de todos los contactos y familiares. Rebuscó en las estanterías del armario, por cajas de cartón llenas de objetos que se había traído de su casa y no había colocado en ningún lado. El polvo saturó la enrarecida atmósfera de la habitación hasta que tras mover el sofá salió victorioso sujetando en lo alto, para que no se perdiera otra vez en la marabunta de objetos varios, una libreta de tapas rojas de aspecto universitario.

Empezó a hojear para delante y detrás en busca de un nombre en particular, sabía que lo había escrito ahí, su madre le había obligado a ello frente a su natural apatía por todo lo repetido o inútil.

-Aquí está, el 534 de 6th St.- Anunció victorioso- Anette Aston-Juun…

Se guardó la libreta en el bolsillo del pantalón y empezó a rebuscar de nuevo en los armarios.

A media tarde, sobre las cinco y media ya tenía preparado lo necesario para el pequeño exilio. En una bolsa deportiva había metido ropa suficiente para cinco o seis días, un arcaico miniordenador multifunción con pantalla enrollable que conservaba por lo ligero que era, unas cuantas chocolatinas y comida de verdad, una cantimplora térmica que conservaba para los cortes de agua, el módulo le geolocalización para las gafas, y varias cosas más, entre ellas un cuchillo de cocina que dejó en uno de los bolsillos laterales, junto con su documentación, por si tenía que defenderse.

Aston había dudado a la hora de añadir el cuchillo al equipaje puesto que dudaba seriamente de que tuviera que utilizarlo, o más bien de que pudiera ser capaz de utilizarlo.

¿Sería capaz de matar a alguien? ¿De veras podría?

Hizo de tripas corazón y decidió que no podría ser muy complicado, en los videojuegos y las películas los héroes se pasaban todo el rato mandando a los malos al otro barrio por docenas, solo era cuestión de mantener la calma y poner cara de tipo peligroso. Se miró en el espejo y decidió que la cara que este reflejaba, mezcla de disgusto y sorpresa, no era especialmente amenazadora.

Salió corriendo del apartamento como alma que lleva el diablo, cuanto antes llegara a la casa de su parienta antes se sentiría a salvo.

En el vestíbulo sacó el módulo GPS, del tamaño y grosor de una moneda, y lo enganchó a la patilla de la gafa, seleccionó la entrada de metro más cercana, la de la calle 135th con Ámsterdam, y unas flechas aparecieron en su campo de visión indicando el camino más corto para llegar así como la distancia que le restaba recorrer.

Desde las Guerras de las Libertades el sistema de metro de Manhattan se había simplificado en extremo, solo una línea, y pocas estaciones, pero lo más importante es que se había convertido en un sistema totalmente a parte del resto de la ciudad, por lo que con toda seguridad seguiría funcionando.

Cuando en los 50s la ciudad fue tomada como base de operaciones del revolucionario Jeffrey Hernandez a parte de dedicarse a dirigir la revolución planetaria contra los poderes establecidos y las corporaciones se dedicó entre otras cosas a blindar la ciudad contra ataques terroristas o de pequeñas armadas mecanizadas y su legado a la ciudad más notable, pero menos visible fue el espectacular taponamiento de todas la líneas y túneles de servicio del metro excepto una nueva línea circular más moderna, segura y sobre todo controlable.

Se supone que había planes para una segunda y tercera línea para la ciudad, pero el fin abrupto del paranoico líder y de los últimos rescoldos de la revolución paralizaron los proyectos en fase de diseño, y los sucesivos alcaldes de la ciudad realmente no hicieron mucho por arreglar lo destruido o terminar lo empezado, a la empobrecida y casi despoblada Manhattan de los 60s se le dio la espalda a favor de otros barrios de la megalópolis más poblados y pudientes. Desde entonces nada había cambiado.

Cuando se dio cuenta estaba ya atardeciendo, el sol se ocultaba por el oeste mientras las calles perdían la luz a favor de los tonos más azulados del crepúsculo.

En las ventanas de las casas Aston podía ver luces de velas, pantallas, linternas o incluso lo que supuso que eran chimeneas. Las voces y ruidos de los habitantes del barrio se colaban por las ventanas abiertas, algunas mayores, otras de niños, pero no las escuchaba, estaba demasiado concentrado en llegar a la estación como para pararse a oír nada que no fuera medianamente amenazador. Andaba a paso ligero, pero no corría, correr sería un error que no haría otra cosa que atraer atención indebida. La cabeza gacha, con los ojos ocultos bajo el sombrero y tras las gafas, la bolsa colgada de lado y hacia atrás sujeta con un brazo.

Se paró. Un sonido, luego otro, luego lo reconoció como música, música que se acercaba acompañada de esporádicos gritos. Casi estaba ya en los terrenos de la antigua Universidad de Nueva Cork cuando vio aparecer por una esquina una veintena de personas.

El grupo era bastante heterogéneo y aparentaba ser más un espectáculo callejero que una partida de guerra. Hombres y mujeres, adultos maduros y adolescentes, tipos musculosos y tipos nervudos con músculos como cuerdas, unos pintados de la cabeza a los pies de gris con ropa gris, otros con guantes y zapatos deportivos con largas rastas engarzadas de abalorios y monos ajustados de colores chillones, otros más oscuros y con cadenas, otros con ropas cómodas pero ajadas, todos siguiendo los diferentes ritmos de varias radios o cantando agresivas letras. Unos llevan palos y cadenas, otros practican katas danzarinas con cuchillos gemelos, otros llevan neveras llenas de estimulantes y bebidas energéticas y otros, botiquines y tasers. Los Hummingbirds van a la guerra.

Aston se había escondido en un recoveco de la entrada a una casa, no deseaba que le confundieran con un Skin Borg, harto improbable o que lo reclutaran a la fuerza para su pequeña gran batalla campal, más plausible. Tras haber pasado de largo se dio cuenta de que había apoyado todo el tiempo la mano sobre el bolsillo del cuchillo. Se rió un poco y salió corriendo para atravesar lo antes posible el ruinoso campus.

Los pulmones le ardían en el pecho, la garganta reseca por la respiración entrecortada. Atravesó los terrenos del campus siguiendo solo las flechas virtuales a ras de suelo que le indicaban su destino. Tropezó. De repente todo el mundo estaba vertical y tenía pegada la cara al asfalto, la bolsa le oprimía los omoplatos y el sombrero rodaba junto a él. Más enfurecido que temeroso se levantó recogiendo el sobrero, se había hecho daño, todavía no podía sentirlo por el chute de adrenalina, tenía los nudillos de la mano pelados y la barbilla y nariz le sangraban algo. Se tocó la nariz, que no estaba rota, solo raspada, la barbilla tenía peor aspecto al tacto, pero por lo menos sangraba menos.

Con un pañuelo se limpió la sangre y se revisó el resto del cuerpo. Había caído todo de golpe, por lo que el impacto se había dispersado por todo el cuerpo, muchas magulladuras menores, nada importante. Siguió andando con un paso más precavido, asegurándose de palpar bien el mortificado asfalto, desde las sombras, mendigos y desamparados le observaban desde chabolas semiocultas entre los árboles y edificios del recinto.

No hubo risas.

La entrada al metro en la avenida Ámsterdam estaba claramente iluminada por un cartel de neón de color azul.

<06:15 PM - 30 marzo 2081 – Cuarto Menguante – 23º C – Ligeramente Nublado – Posibilidades de Lluvias Leves a Moderadas >

La entrada del metro era el único edificio con iluminación propia en medio de una avenida de aspecto desolada, de ella emergían algunas personas, unas con monos de trabajo, otras con maletines o mochilas, y todas con aspecto cansado. No hablaban, algunos escuchaban música quedamente, nadie echaba mucha cuenta a quienes les rodeaban. A Aston se le paso por la cabeza la imagen de almas en pena llegando al lóbrego inframundo desde el luminoso mundo de los vivos, mejor, menos problemas.

Anduvo por las escaleras mecánicas y los pasillos abarrotados de carteles de productos corporativos, desde llaves de crédito hasta viviendas en Queens o New Jersey, pasando por bebidas energéticas o servicios de RV personalizados. Evitó mirarlos puesto que una punzada de angustia y resentimiento le invadían y atenazaban el cuello. Prefirió concentrarse en las pintadas crípticas y los graffiti de bandas desconocidas o extintas sobrepuestas las unas sobre las otras.

Un dólar y medio en la taquilla y entró por las estrechas puertas giratorias que escanearon rápidamente en busca de explosivos y dejaron pasar cerrando la puerta tras él con un sonido de vacío.

Un vistazo a un lado y otro de la estación le dio una panorámica y una vaga idea de donde colocarse para entrar lo más rápidamente al tren. No había casi gente esperando, media docena como mucho, algunos en pareja, en cambio habían mucha más gente en los bancos dormitando o echados sobre cartones y mantas. Para los desamparados las estaciones, abiertas veinticuatro horas al día y con una temperatura razonable suponían un refugio relativamente barato y cómodo.

En una pantalla sobre la vía se indicaba la ruta completa y el tiempo de llagada del próximo tren. Faltaban doce minutos y treinta y tres segundos.

Uno de los bancos estaba libre de gente durmiendo, un jack, un sintecho que se gana la vida haciendo pequeños trabajos a cambio de una pequeña propina había convertido este en un pequeño negocio de limpiado de zapatos y prendas de cuero. El tipo estaba arrodillado pasándole una manopla negra a las botas de un individuo concentrado en leer un libro.

Las rodillas empezaban a dolerle algo, en la caída debía habérsela despellejado algo, así que se acercó al banco con el jack y el lector y se sentó. El jack le miró un momento con una forzada sonrisa con un diente de plata, o parecía plata, y le preguntó si querría que le diera un repaso. Aston negó con un gesto de la cabeza y un casi inaudible “no, gracias”, el jack le miró de reojo algo molesto y siguió concentrado en la bota del lector.

Se sonó la nariz con algo de sangre y mantuvo la cabeza gacha, después de unos instantes de mirar al suelo pasó la mirada a un chicle del suelo, al jack y finalmente al hombre que leía. Este llevaba puesta una gruesa gabardina abotonada hasta el cuello rígido que le llegaba hasta la barbilla, en la solapa el anagrama de una conocida marca de ropas térmicas y refrigeradas, un aire acondicionado portátil. Era un hombre joven, de la edad de Aston, con el pelo algo revuelto y una ceja rota hace tiempo, llevaba unas gafas de pasta negra arregladas con esparadrapo por el puente de la nariz. Leía una novela de fantasía heroica de un escritor hindú, el libro estaba abierto y doblado sobre si mismo, con algunas páginas dobladas o despegadas, había gran cantidad de frases subrayadas o anotaciones hechas a lápiz.

Nunca había visto tratar así de mal a un libro y en cierto modo le indignaba.

-Parece complicado.- Comentó el lector llevándose un lápiz a los labios- Pero estoy seguro que la mayoría de los escritores van improvisando por el camino, tienen una idea en mente y empiezan a improvisar.

Aston no sabía si se estaba dirigiendo a él, al jack o más probablemente a si mismo. Por si acaso Aston asintió levemente y desvió la mirada al suelo.

-Me encantan las novelas de este hombre, hay acción, romance, chistes y mucha originalidad, espero que algún día pueda escribir algo parecido y ganar un dinerillo extra.

-La fama es complicada de alcanzar, pero más complicada de mantener.- Se vio impelido a comentar.- Supongo que es cuestión de perseverar y esforzarse.

El lector miró a Aston por primera vez de arriba abajo, dejó el lápiz en un bolsillo y apoyó el libro en su regazo. Parecía algo cansado o incómodo.

-¿Mucho jaleo por ahí arriba con lo del apagón?

-Creo que si. La gente está hastiada y empieza a perder los nervios, aunque se lo toman con filosofía. Eso si, los de los Hummingbirds, la banda esa de los bailarines y los clubbers, parece que van a montar un lío, he visto por lo menos una veintena llendo en dirección a la 145th.- El lector permaneció en silencio esperando que Aston continuara.- Por eso me voy al sur, ya sabes, con los familiares, un poco más seguros.

-Mire, no hay partes seguras en esta ciudad y menos ahora, y las bandas del Harlem no son las únicas en guerra, donde tu vas seguro que también hay, tienen miedo las unas de las otras y se atacarán para no ser atacadas antes, es la ley de la vida, las bandas te dan una vida, tu das tu vida por tu banda.

Aston se quedó pensativo, el lector tenía razón, solo estaba cambiando un peligro conocido por otro por conocer. Agachó la cabeza más y volvió a apoyar la mano sobre el bolsillo del cuchillo. Seguía allí.

Una ráfaga de viento cálido y seco empezó a llegar del túnel. Una señal sonora distorsionada por unos altavoces quebrados indicó que en treinta segundos llegaría el tren regular en dirección al Upper West Side. El hombre se levantó, lanzó unas monedas de más al agradecido jack y se guardó la novela.

-¿A dónde se dirige? Si no es mucho preguntar.- Inquirió Aston.

-¿Yo? A ninguna parte. Solo estoy esperando a los míos.

La gabardina se le había abierto y una diminuta nube de aire frío escapó. Debajo llevaba un chaleco balístico reforzado, las piernas cubiertas por pantalones de motorista con rodilleras y espinilleras, una cadena a modo de cinturón t una porra retráctil colgando de ella. Toda la negra armadura estaba cubierta por pintadas fluorescentes.

Del vagón de tren comenzaron a bajarse docenas de hombres y mujeres blindados hasta los dientes, algunos con ropas y cascos de motorista, otros con armaduras improvisadas y máscaras grotescas, otros con armaduras tácticas de infantería, todos cubiertos de las brillantes pintadas. Un hombre mayor con cicatrices en el rostro y el pelo blanco cortado a lo militar se acercó al banco de Aston. Llevaba una katana y un wakizashi colgando a su izquierda, a su derecha una chica joven con pinturas de guerra en la cara le sujetaba un casco con rostro de demonio japonés.

- La partida de guerra ya ha salido hacia la 145th- Sonrió el chico.- Ya son nuestros, padrino.

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